miércoles, 14 de diciembre de 2011

EL VINO, UN PÁJARO VERDE EN MI MANO

Hace años escribí un pequeño poema titulado "El vino". El último verso es este: "El vino, un pájaro verde en mi mano". Recuerdo que el poema gustó a mi amigo y poeta Antonio García Soler. En Almería, hace años, después de un recital de poesía en el Ateneo, nos fuimos a celebrar esos versos que recordaba la debilidad del Dios Baco por el vino. Después y ya entrada la madrugada, junto al Puerto, dejamos que ese pájaro verde remontase el vuelo y se perdiese en el horizonte en busca del amanecer.

Hace unos días he pintado un cuadro con ese título. Es acrílico sobre madera, y las medidas son 55'5 cm x 46 cm.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Montparnasse

El nombre de Montparnasse viene de Mont Parnasse o Monte Parnaso, en el que habitaban las musas, según la mitología griega.
Los estudiantes, durante el siglo XVII, acudían a Montparnasse a recitar poesía. Y a principios del siglo XX era un hervidero de artístas (poetas y pintores) en el que vivió, entre otros, Modigliani. Entre los Cafés de Le Dome y La Rotonde pasaba largas horas, unas veces dibujando los rostros de los que por allí pasaban, otras bebiendo y compartiendo con los amigos la risa, bebiendo o hablando, y seduciendo a mujeres que, la mayoría de las veces, terminaban posando para él.

¡Cuantas veces cruzaría Amadeo Modigliani esta calle! Entre el café Le Dome y La Rotonde, se le veía pasar, con su traje de pana, el largo fular al cuello, un sombrero de ala ancha y aquel porte que, según testimonio de los que le conocieron, era uno de los más elegantes y bellos del París de aquellos años; llevaba en los bolsillos sus pinceles, y una carpeta llena de dibujos y sueños que pronto se apagarían. Murió joven, con apenas 36 años.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Mujer junto a un ventanal

Pinté este cuadro a principios de 2011. Es técnica mixta, es decir, óleo y acrílico sobre madera. Es Olaya, aunque ella lo niega. No posó para mí, sino
que tuve como referencia la foto de una vieja revista. Pero es ella, Olaya, lo sé, a su pesar. ¿Qué pensaría, ahí abstraída junto al ventanal, manchada por la luz de leja

nía, recordando tal vez algún poema?

viernes, 18 de noviembre de 2011

Como el Jerez que el huesped deja en la copa

COMO EL JEREZ QUE EL HUESPED
DEJA EN LA COPA



Para mí Granada estaba dividida en círculos o departamentos marcados por la magia, y por la música. Mi casa estaba en el círculo marino, donde había un mar secreto y un puerto fantasma anclado en la memoria. Luego estaba el círculo del Este, que se extendía desde la esquina de Mesones, donde un día estuvieron las bodegas Muñoz, y abarcaba la Placeta de Trinidad, donde vi por última vez a Charly, de negro siempre, rubio como el amanecer; también la Placeta de Bibarrambla, a donde daban pisos de más de cien años, con estanterías pobladas de libros magníficos. Pero era desde la Catedral, y siempre en busca de la Alhambra, desde donde se extendía el círculo de fuego. En ese círculo habitaban los seres más extraños, el alma de Francisco, con quien a veces me crucé cuando regresaba bebido y roto, la risa de Paco León, o Ricardo, el poeta de los ojos de lluvia, que nos leyó poemas de aquella extraña que siempre regresará el uno de mayo; las gafas negras ocultando las lágrimas, la risa, todo cuanto pudiera delatarla.
Habitaban en ese círculo los otros, seres de otra dimensión que a veces dibujaban en el suelo, a cambio de unas monedas. O poetas como Antonio Enrique, que nos observaba desde la oscuridad, tras un visillo hostil que se movía al pasar.

Su libro “El poema de la Alhambra” abarcaba toda la lucidez y también el espacio más cerrado del círculo. Su poesía describía ese círculo, toda la magia que cabía en él, sus límites, sus formas. Un día el poeta nos llevó, siguiendo las orillas del Dauro, no la carrera del Dauro, sino la otra orilla, a una casa cerrada como tantas, tras cuyos muros podíamos admirar el esplendor de años pasados, una casa con jardín, cerrada. En esa casa, nos comentó el poeta, vivió Casio, compañero de estudios de Federico García Lorca. Muchas veces recorrió el poeta de Fuente Vaqueros estas cuestas, llamó a la vieja cancela, inamovible hoy. ¿Veis aquella ventana altísima? Había un piano en ese cuarto, y el poeta lo tocaba, derramando las notas, Hayd, Mozart, Chopin, por el aire, incluso por el agua, que se las llevaba consigo, hacia el Genil.
Granada es una ciudad con música. Suena la música en el aire, en las cosas, en la mirada de los niños y en los ojos de las jóvenes que bajan a Granada, desde el Albaicín.................


Ginés Sánchez García
* * *

viernes, 28 de octubre de 2011

de seudónimos y máscaras

Ya en mi libro "La ciudad de Y's" publiqué con seudónimo. He utilizado varios. Participé en un concurso de relatos en Villafranca de los Caballeros (Toledo) con el seudónimo de Ylya Sabica; para mi sorpresa, lo
gané. Tuve otros seudónimos;  seguramente huyendo de mi propia identidad, o alimentando mi esquizofrenia rara y frágil.

miércoles, 26 de octubre de 2011

"Limones" (Bodegón. Acrílico sobre lienzo) Autor: Ginés Emile

Sonaba la música de Brassens junto al Sena

“Quand je vais chez la fleuriste / Je n’achéte que des lilas,
Si mon coeur sonne triste, / C’est qu'il n'y a plus d'amour.” *
* “Cuando voy a la floristería / no compro más que lilas.
Si mi corazón suena triste, / es que ya no hay amor”

Autor: -Georges Brassens-

Café La Rotonde. Interior

Una tarde en París

A principios de Septiembre de este año nos hemos ido a París. Nos hemos ido los cuatro; Samuel, Selene, Olaya y yo. Olaya y yo ya habíamos estado en esa hermosa ciudad. París es fascinante y les ha gustado muchísimo a Selene y Samuel.
Una tarde, sentados en el café de La Rotonde, en Montparnasse, recordé estos versos que yo mismo escribí hace unos años:


"NE ME QUITTE PAS ENCORE"


Ne me quitte pas encore.

Si tu m’abandonne, mon amour sera

comme l’eau

qui fluie dans le cour

d’une maison oubliée,

et ma vie sera comme la feuille tombée

d’un arbre

oú personne ne passe.

* * *
(1980)

(Ya no me dejes. / Si me dejas, mi amor será / como el agua / que corre por el patio / de una casa olvidada, / y mi vida será como
la hoja caída / de un árbol / por donde nadie pasa.)


martes, 25 de octubre de 2011

"Azucarero azul" (Acrílico sobre cartón. 2011)

Este bodegón lo he pintado este año. Me gustó porque el cartón me permitió simular el color original del barro.
Pienso que la necesidad de pintar dormía dentro de mí, y siempre ha estado ahí; sólo que ahora ha estallado como un polvorín y lo ha impregnado todo de color, como si el mundo de pronto hubiese sido creado para mí. La poesía me había mostrado el interior de los objetos, su música, o su nombre; porque a las cosas hay que nombrarlas, sentirlas cerca.
Sigo escribiendo, pero he empezado a pintar casi de forma obsesiva, como si tuviera prisa, o miedo a que las cosas pierdan su color, a que la luz que les da forma se apague.

Mi hijo Samuel

"Un viaje a Valencia. Yves de la Roca, poeta francés" Para mi amigo Antonio Aguilar.

Yves de la Roca nunca existió. Antonio Aguilar ganó el premio de poesía Antonio Oliver, que se convoca cada año en Cartagena, con su libro “El otoño encarnado de Yves de la Roca”
El jurado creyó que el autor, Antonio, era Yves de la Roca, un poeta francés de edad avanzada que escribía ese libro con la memoria agujereada de los que están de vuelta; una memoria aterciopelada, marina, a veces canalla, a veces no, como escrita a destiempo, junto al mar, lejos.
Cuando se presentó él a recoger el premio, fue curiosa la extrañeza del jurado, como curiosa era la edad de Antonio, joven, veinteañero, usurpador de sueños y de vidas, autor, amigo, tan cercano y tan alto.
Fue por eso que inventamos esa vida. Él en sus poemas primero; y después los amigos. Cuando presentamos el libro, en la Puerta Falsa, era como si Yves fuese real.
Yo hablé del viejo poeta sentado junto a Antonio. Escribí lo siguiente:
Conocí a Yves de la Roca en Valencia, en 1995, en casa de una amiga, Marga, que acababa de cumplir los sesenta y cuyo cumpleaños nos unió casualmente a un grupo de amigos, Antonio, Luis y yo, que pasábamos unos días en esa ciudad.
Yo conocía la existencia del poeta, por el que sentimos desde el primer momento una extraña curiosidad. Como he dicho, Margarita acababa de cumplir sesenta años. Su mirada estaba casi dañada por el paso de esos años (alguien, en su adolescencia, había dibujado en sus ojos el azul del mar; un pintor de provincias que pasó por su vida y la dejó distinta, trastornada para siempre)
Así la conoció Yves de la Roca algunos años después y en el París de los años cincuenta, a finales tal vez, mientras ella terminaba sus estudios en la Universidad de la Sorbona. Ella siempre nos habló de él como desde la lejanía, como si él hubiese existido hace ya muchos años; pero, he aquí lo sorprendente, aún vivía y, sí, tendríamos la oportunidad de poder conocerlo. Al día siguiente llegaría desde el sur de Francia.
Cuando amaneció, o antes, los tres estábamos con Margarita en el centro. Nos invitó a café y a la ciudad, de donde se enorgullecía de ser. Hicimos unas compras y ya al medio día comimos en su casa, después de andar durante toda la mañana.
Y aún tuvimos tiempo de ver una exposición de su amigo Raimundo, y de tomarnos unas cervezas.
Fue al atardecer cuando compartimos la dicha de conocer al viejo poeta francés (aparentaba menos años de los que, sin duda, tenía) y a ella le gustaba llamarlo así, viejo poeta, por alguna razón que no sabemos, aunque la palabra “viejo” en sus labios y dirigido a él significa al mismo tiempo “joven”; un joven que ha vivido mucho tal vez, un joven lleno de encanto, que aún le regalaba poemas desde la lejanía, le acariciaba en cada encuentro sus pechos casi rotos y levísimos.
Yves tenía los ojos muy verdes y una mirada lejana, pero cálida a la vez, como la templanza del mar a esas horas últimas del atardecer.
Nos leyó poemas, bebimos, nos regaló a cada uno de nosotros una pequeña figura de barro que él mismo había hecho (eran cuerpos que ardían, torsos bellísimos que se resquebrajaban convirtiéndose en ceniza)
Antonio quiso saber más de él y quedaron para cenar. Quedamos todos después, sobre las doce, en una plaza llena de pequeños restaurantes y viejos cafés, y jugamos al billar, bebimos, caminamos por la ciudad, sin rumbo.
Yves se perdió ya con el alba y con Marga, dejándonos su dirección de Francia, y dejándonos un montón de poemas, un cuerpo de barro que ardía, la letra de una canción que hablaba de nosotros, musicada por él; y una sensación de vacío, de soledad, algo muy parecido a la tristeza.
Pero Yves De la Roca era Antonio Aguilar, y nos arrastró a todos en aquella inocente mentira literaria, como hizo Fernando Pessoa. Se desdobló ocultándose bajo otro nombre, se disfrazó, nos disfrazó a todos. Nos divertimos, reímos, e incluso lloramos con aquellos versos, la nostalgia, la tristeza de aquel poeta ya mayor que había vivido.
Han pasado los años, y Antonio Aguilar no es ya tan joven, ni nosotros. La dignidad de los años nos ha cambiado, no se si para bien, somos distintos; y hay versos de aquel libro que van haciéndose verdad en nuestras vidas.

Mi hija Selene y yo

lunes, 24 de octubre de 2011

Mi madre y yo en Granada, en el Albaicín

En agradecimiento a José Joaquín Parra, por su prosa (enviado el 20-12-2010)

Querido amigo, tenía ganas esta mañana de hablar contigo, de recuperar esa luz extraña que lo envuelve todo, o simplemente la verdad que hay en las cosas, en las cosas
más sencillas. Leo muchas veces fragmentos de la prosa que me has enviado por correo electrónico. Lo tengo grabado en mi lápiz de almacenamiento, y es como un libro
que uno deja sobre la mesita de noche.

¡Hay tanta vida en esa prosa y tanta locura!